¿Por qué compramos velas?

Parece un anacronismo que en pleno siglo XXI compremos velas, pero lo cierto es que tenemos una variedad de velas en cuanto a diseño, forma y color como nunca hemos tenido. El hombre ha desprovisto a las velas de la función para la que fueron inventadas, dar luz, y le ha atribuido un valor que conecta con nuestra esencia más profunda.

Las velas representan el dominio del fuego. Uno de los pasos más importantes en la evolución de la humanidad. Con las velas, el hombre podía alumbrarse en la oscuridad, donde la luz del sol no llegaba, y sobre todo, podía perdurar la luz del fuego todo el tiempo que estimara oportuno.

Cuando era un niño, a finales de los años 80, mi madre siempre guardaba velas en el cajón del aparador de la entrada. Decía que lo hacía por si alguna vez se iba la luz. Por si había un apagón. Ella, siempre tan previsora, estaba preparada para cualquier imprevisto.

Hace muchos, muchos años que no veo ningún apagón nocturno. La red eléctrica es mucho más estable que hace 40 años. Cuando se va la luz, basta con levantar los fusibles de la casa. Si interrumpen el fluido eléctrico, la compañía avisa con varios días de antelación y rara vez lo hace por la noche. Aun así, sigue habiendo velas en mi casa. Mi pareja las prende cada vez que quiere que tengamos una cena romántica. Ella, siempre tan detallista.

Aunque pensemos que las velas son un vestigio de otra época, lo cierto es que ahora tenemos más variedad de velas de las que hemos tenido nunca. Basta con echar un vistazo a la web Mas Roses, un fabricante de velas artesanales de Arganda del Rey (Madrid) con varias décadas de experiencia a sus espaldas, donde encuentras velas de todos los colores y tamaños. Algunas de ellas, realmente preciosas, como las velas cuadradas de goteado bicolor que quedan perfectas como centro de mesa.

Puesto que es evidente que las velas siguen entre nosotros, veamos ahora algunas de las ocasiones en las que las usamos y cuál es su significado.

Los cumpleaños.

Dice la web del canal Univisión que la primera referencia de poner velas en la tarta de cumpleaños proviene de Alemania en el siglo XVIII.

En Alemania era tradición comer un pastel en los cumpleaños, especialmente cuando el bebé cumplía su primer año de vida. Este festejo familiar se celebraba debido a la alta mortalidad infantil que había en aquella época. Los alemanes pensaban que pasado los primeros doce meses, el peligro de muerte del bebé se había superado en gran medida. Sin embargo, no es hasta el siglo XVIII que se pone una vela encendida sobre el pastel.

Respecto a esta novedad existen dos hipótesis. Una que dice que cada vela representa un año. El comienzo de una etapa. La vela es un objeto con una duración determinada, como los doce meses del año. Comienza cuando se enciende y termina cuando la vela se ha consumido.

La otra interpretación habla de que las velas se encendían para espantar a los espíritus malvados. Si bien, el agasajado había vivido un año más, los peligros para su salud no se habían disipado, estaban allí.

La costumbre de formular un secreto en silencio y soplar las velas hace referencia a hacer una petición sagrada. Después de soplar las velas, al desvanecerse el humo, se supone que una entidad superior recogía la petición y trabajaba por hacerla posible.

Aunque esta tradición se originó en el centro de Europa, pronto se extendió por todo el continente, y desde ahí, al resto del mundo, empezando por América.

Encuentros íntimos.

Las velas están tan relacionadas con el amor y el romance, que a un encuentro íntimo le llamamos velada.

La tradición de cenar a la luz de las velas procede de principios del siglo XIX, justamente la época del romanticismo. En aquella época todo el mundo cenaba a la luz del fuego y de las velas. Sin embargo, la iluminación era relevante. Se encendía la chimenea y sobre la mesa se ponían varios candelabros. La gente debía tener buena visión para cenar.

Únicamente se ponían pocas velas cuando el encuentro era furtivo. Cuando los comensales no querían que los encontrara nadie. Eran, pues, cenas entre amantes proscritos. Parejas que aún no estaban casadas y, por tanto, podían caer en pecado, o porque sí estaban casados, pero no entre ellos.

Las velas, en estos casos, creaban un ambiente seductor. Un juego de insinuaciones que conducían a los amantes a escenarios íntimos y secretos. A la luz de una sola vela, ni las caras, ni los cuerpos se ven con nitidez. Se esbozan los rasgos, y la imaginación hace el resto.

Una cena, que sin duda, forma parte del juego del cortejo. La mujer, presuntamente cortejada, se sentía protegida en la penumbra. Y el hombre, que se supone que era el pretendiente, ponía en acción su arsenal de recursos, en forma de palabras, canciones y galanterías, para obtener al final de la cena un premio mayor.

En todo ese escenario mágico de insinuaciones, no era extraño que la noche continuara en otros aposentos.

Quizás por la magia de la escena, quizás por ese ambiente prohibido, que a todos, de una manera u otra, nos seduce, las cenas íntimas a la luz de las velas han pervivido hasta la actualidad.

El sentido religioso.

Seamos religiosos o no, nuestra cultura está marcada por la tradición judeocristiana. La cual ha determinado nuestra idiosincrasia como pueblo y nos ha dejado multitud de costumbres y tradiciones, entre las que se encuentra el uso de las velas con un sentido espiritual y religioso.

La presencia de las velas en los templos procede de los judíos, antes del nacimiento de Jesucristo. Según cuenta el blog Mercy Home, desde la antigüedad, en el interior de las sinagogas debía permanecer una vela o un fuego encendido continuamente como símbolo de la presencia de Dios. La llama perpetua simbolizaba que aquel era un lugar sagrado.

La costumbre de llevar velas en procesión procede del imperio romano. Otra influencia determinante en nuestra cultura. En la antigua Roma, después de las victorias militares, los soldados desfilaban en silencio, en fila de a uno, llevando una vela en la mano en agradecimiento a los dioses por la victoria cosechada. Una imagen que nos recuerda a las procesiones católicas que se realizan en fechas señaladas como la Semana Santa.

El hábito de llevar velas para honrar a los dioses se extendió en otras expresiones religiosas paganas que se practicaban en el imperio romano. Esta manifestación religiosa la adoptó la iglesia católica y la ha conservado hasta nuestros días.

Las velas están presentes en la liturgia cristiana. El sacerdote las enciende durante el desarrollo de la misa y los fieles acostumbran a encender velas ante las imágenes de los santos para hacer llegar sus plegarias o como agradecimiento por una oración escuchada.

El cristianismo y el judaísmo no son las únicas religiones que utilizan el simbolismo de las velas. En el budismo, durante las meditaciones, los monjes encienden velas o lámparas de aceite simbolizando la luz de la sabiduría que disipa la oscuridad de la ignorancia y encienden incienso que representa el aroma de las almas pulcras.

Las velas para honrar a los difuntos.

El uso de las velas para honrar a los difuntos procede de los orígenes de la cristiandad. Sobre el año 200 después de Cristo, en la tumba de los cristianos que habían sido ajusticiados por procesar su fe, se encendía una vela o una lámpara de aceite para que los otros cristianos pudieran reconocer donde estaba enterrado su cuerpo.

Los otros cristianos procuraban que la llama siempre estuviera encendida, para que todo fiel pudiera reconocer la tumba. De esta manera, la llama de la vela representaba que la fe en Cristo seguía viva y que el recuerdo del mártir no se olvidaba.

En el año 743, el papa Gregorio III instauró la festividad de todos los santos, el 1 de noviembre, en memoria de aquellos velatorios que se efectuaban en las catacumbas romanas. Como una costumbre espontánea, no organizada, poco a poco, a lo largo y ancho de la cristiandad, se escogió el día siguiente, el 2 de noviembre, como el día de los difuntos. La costumbre de colocar velas sobre las tumbas, cada familia lo extendió a los sepulcros de sus antepasados. Como una manifestación de que su recuerdo aún estaba presente entre los vivos.

En el siglo XVI, el Vaticano reconoce oficialmente el día de los difuntos, pero cuando lo hace, esta tradición ya se había extendido por buena parte del territorio cristiano.

El velatorio de los difuntos se ha propagado por todo el mundo, dando lugar a manifestaciones peculiares como el Día de los Muertos, que se celebra en México. Donde en cada casa se levanta un altar en conmemoración a un fallecido y se llena de ofrendas, con alimentos, plantas y velas en su recuerdo.

Por motivos culturales, las velas permanecerán mucho tiempo entre nosotros. Aún les queda mecha para rato.

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